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rovel

¿Te vas a casar, Alicia?

La llamada entró después de las diez cuarenta y cinco de la noche. Eras tú, Alicia. El sábado era tu día libre y tenías oportunidad de salir con tus amigas. Pero decidiste hablar a un viejo conocido cuya amistad se siente más en la piel que en lo moral.

 Sorprendido por tan inesperada llamada, dejé a un lado a la chava que me acompañaba en ese momento. Las clásicas conversaciones de sorpresa salieron a flote: un hola entrecortado, un cómo estas a destiempo, un qué has hecho anticipado. Era inconcebible escuchar tu voz después de aquella noche en la que no pasó nada en mi habitación. 

Explicaste el asunto de los días libres con tu novio y daba la casualidad que ese día era uno de ellos. No sabías a donde ir, preguntaste si estaba ocupado a pesar de escuchar a lo lejos la voz de aquella mujer inoportuna para nuestro momento. Hice malabares para que dicha mujer desapareciera como por arte de magia. Desapareció. Inmediatamente tomé el teléfono celular de Jorge. Marqué tu número. Ya era tarde, tu novio había cancelado sus planes y estaba a escasos 10 minutos de tu casa, donde iba a pasar por ti para irse a bailar en uno de esos bares donde el humo del cigarro se concentra en la cara de las personas por falta de espacio, gracias a los sombreros que guardan el secreto de alguna montaña. Propusiste hablarnos al otro día, no antes de las 12 del mediodía. 

En la desdicha de haber perdido el momento de estar juntos, pero sobretodo de haberme deshecho de aquella mujer que por esa noche serviría de compañía, me tiré un clavado en lo profundo de la botella de Matusalem, un ron por de más delicioso. Jorge me contemplaba con unos ojos casi de enojo por no querer divertirme esa noche, aun cuando ya estábamos en el bar de siempre y en una mesa de bellas mujeres esperando que abordáramos sus caderas. Nos fuimos a casa de Jorge al terminar la noche, apenas pusimos nuestros pies en su casa, me fui a dormir sin reclamo alguno. Él se quedó con las dos chavas que nos habían acompañado. Las horas pasaban lentamente; los sueños, nunca llegaron.Puse el despertador a las once treinta y cinco a eme, se notaba que no estaba desesperado, ¿Verdad? Llegó la hora adecuada. Tendí la cama donde había dormido, donde íbamos a fundir, por primera vez, nuestros cuerpos. Arreglé este cuerpo mundano. Todo estaba listo para hacer la llamada. La hice.

Tardaste media hora en llegar a casa de Jorge. Destapé un par de cervezas para aliviar la cruda. Me conecté a la borrachera de la noche anterior. Jorge se rió de mí. La cara que tenía parecía de un niño al que le iban a comprar el juguete de sus sueños. Nos reímos juntos y brindamos por aquella escena bochornosa (mentí, no tenía nada de bochornosa; al contrario, era nuestro día). Saludaste mi mejilla diciendo que habías soñado conmigo. La duda no esperó. Pregunté. Una desconocida y yo acariciábamos tus senos. Describías tan bien ese sueño que me dieron ganas de tomarte ahí mismo en la entrada de la casa, donde todos los vecinos vieran. Tomamos otro par de cervezas, con un pretexto por demás estúpido nos retiramos al cuarto de Jorge, solamente para dormir (¡Sí, cómo no!). 

Nos acostamos con todo y ropa. Veía casi imposible el hecho de acariciarte. Comentaste cosas sobre el dormir del lado derecho o el izquierdo, sobre el feng shui y quién sabe que otras tantas cosas esotéricas. ¡No mames, Alicia! La neta nunca puse atención a lo que decías. Me concentré nada más y nada menos que en tus nalgas. Te propuse un masaje. Aceptaste. La ropa no dejaba que pudiera utilizar mis habilidades de masajista. Metí las manos debajo de aquel suéter negro. ¡Qué delicia de espalda! 

Besé la parte inferior de tu cuello; aquélla que se conecta con tus hombros y espalda. Remolineaste tu cuerpo. Con una perspicacia casi estilizada, levanté tu suéter hasta quitártelo. Volteaste inmediatamente hacia mis labios. Me mordiste. Respondí casi al instante, después del sobresalto para acomodarme. No podía creerlo, tus senos me dejaron ciego por el brillo que les regaló la luz del día. Los besé delicadamente. Primero empecé alrededor de ellos, tratando de no asfixiarme. Continúe con tus pezones, erguidos como si tuvieran fríos, pero estaban más calientes que el sol. Subí a tus hombros, a tus axilas; tus manos; los codos; hasta que decidí explorar tu vientre; averiguar el origen de tu ombligo. Tomaste mi cabeza para hundirla entre tus piernas y controlar la situación. Bajé a tu entrepierna. Te abriste cual ave en pleno vuelo para dejarme flotar sin permiso. Me ahogué en tu vagina. No llevaba chaleco salvavidas. 

Gracias a que mides como 1.50mts pudimos jugar con nuestros cuerpos por todo el cuarto. Te montaste en mí de lado, a horcajadas, de espaldas, de frente, de todas las maneras posibles; aunque la verdad me gusta más cuando te pones de frente, porque así puedo estar apretando tus senos al compás de tus movimientos. Nos besamos hasta que se nos secaron las bocas. Me lo agarrabas con fuerza y me introducías en ti. No dejabas siquiera que tomara aire. Fue uno de los sexos más agresivos que he tenido, Alicia.

Una vez que terminamos, nos volteamos a ver. Te pregunté el por qué estabas ahí, en Domingo, en lugar de estar rezando en misa de una. Cerraste tus ojos color miel. Con una picara mueca, sonreíste y me diste un beso. Volviste a tomarme con las dos manos para colocarme en punto de partida. Lo hicimos de nuevo. Pero ahora quietos, en silencio, viéndonos el corazón; casi como si supiéramos lo que debemos hacer antes de una partida anunciada. ¿Hasta cuándo volvería un Domingo como este? Apenas terminamos, y ya estabas vistiéndote, Alicia. Me comentaste que ibas a llegar tarde a la pedida de tu mano.

3 comentarios

Marla -

WOW!!! =O

TODOS ESTAN CON MADRE!!! PERO ESTE... ESTE NO SE NI COMO EXPLICARLO... LA MMDA!!!

SALUDOS...

Monse -

ay rovel..
que barbaro...
mil aplausos!!!!
no, no, no..
ya extrañaba leerte.....

Bere -

que finaaaaal!!
sabes no me esperaba ese final, ja eso me pasa por no leer el titulo jaja super mal, pero muuuy bueno la verdad..
me encantó (;
saludos rovel