Blogia
rovel

las que exigen ellas

Neurosis I

Eres

tan ajena a mí

que no te reconozco

en los ojos ni en la voz

en los brazos

en los labios

en el recuerdo

en nada que seas tú

menos en lo que soy

 

¿En qué momento te volviste de otro?

¿En qué instante te fuiste?

¿Es necesario que me hagas sufrir

de esta manera celosa, arrebatada

donde no encuentro un pretexto para morir?

 

Dices que hoy nos vemos...

 

verte

verte a todas horas

verte mañana

verte noche

verte tarde

verte por el espejo

verte por en medio de tus piernas

verte dormida

verte despierta

verte a lo lejos

verte cerca

verte enamorado

verte extraño

verte en las madrugadas

verte desnuda

verte vestida

verte a través de tus ojos

verte con besos en las miradas

verte que eres mía

y de nadie más...

 

Miércoles por la tarde (preocupaciones)

Hace una semana con tres días había prometido no volver a escribir, había propuesto una HUELGA en contra de aquel titiritero por haber cruzado mi hilo con el de ella. Me preocupaba enredarme, hacerme nudo y no zafarme. Creí, como creemos todos, con una fe cuasi ciega, porque nos damos cuenta que el que nos pone la venda, somos nosotros mismos. Creí. Olvidé cómo pude llegar a amarla. Inhalé cuánto recuerdo se puso en mi camino. Adoré no acordarme de su nombre cuando decía Marcela. Me seguía preocupando enredarme, hacerme nudo y no zafarme.

Tres vueltas al Estadio Tecnológico y no encontraba un lugar para estacionarme. Vuelta número tres. Claxones por doquier. La música cual sistema de masajes para el asiento del piloto, o sea, yo. ¡Miguel! Escuché un eco entre la multitud de autos y gente que camina con su vida cargada en la espalda sin dirección alguna. Casi me subo en la cajuela del auto que iba delante de mí. Me seguía preocupando, ahora con mayor razón, enredarme, hacerme nudo y no zafarme.

Compresencias del humano. Poeta Gonzalo Rojas. Auditorio Luis Elizondo. 20:30 horas. Autor, intérprete y público con Gonzalo Rojas y Plutarco Haza. El boleto comprado por Miriam, aquella mujer de ojos verdes cuya intención era escabullirse de la rutina monótona y de la indiferencia de aquéllos que decían llamarse sus amigos. Excelentes poemas recitados en voces resonantes de coros como los niños de Viena. Pero ningún verso igualado como: "Anoche te he tocado y te he sentido" (Te sentí tan cerca como sabía que estabas a tres filas de mí, con tu novio) Conversaciones discretas entre la gente. Y yo me seguía preocupando por enredarme, hacerme nudo y no zafarme. Me preocupaba no voltear a verte.

Aplausos difusos corrían con la gente sentada y con la gente que estaba de pie. Salimos con urgencia, Miriam y yo, lado izquierdo del auditorio, opuesto a los asientos que ocupaste junto a él. Planeábamos una ida a cenar con tragos. Llegó él, arrogante, estupido, un niño. Saludó a Miriam con el beso de Judas. ¿A mí? La neta no quiero escucharme sarcástico, pero fue un saludo infantil. Se prendió cual fósforo en manos de un pirómano. Dejó mi mano al aire y mi sonrisa en su coraje. Me seguía preocupando, ahora con cinismo, enredarme, hacerme nudo y no zafarme.

¿Acaso no te diste cuenta de la enorme preocupación que tenía: primero, por no encontrar estacionamiento; segundo, por llegar tarde al teatro; tercero, por enredarme, hacerme nudo y no zafarme?

Me gustas 9 veces

Me gusta

el dolor

que me estas

haciendo sentir

Me gustan

tus labios

cuando no me besas

Me gusta saber

que me amas

a la distancia

Me gustan

los recuerdos

que nos hacen vibrar

Me gusta

dormir

y soñar contigo

Me gustan

las lágrimas

que lloran por ti

a pesar

de no entenderlas

Me gusta

tu orgullo

que te hace sufrir

Me gustan

las palabras

que me regalas

para escribir esto

Me gustas

porque

te deseo

y además

te amo

Miradas encontradas

Al tomarnos las manos

nos brota sangre impura

¡Oh, Bendita infidelidad!

Qué rico saben esos besos

dados al cuello

apuntando directo a la yugular

Qué suaves caricias

a tiempo

sobre el prohibido placer

Cómo decirte que no

si ni siquiera

puedo voltear a vernos

frágiles

con la piel por encima

En una de esas noches...

En esta noche tan bella

me propongo celarte

con rabia, dulcemente, enfermo

Voltearé a tus ojos

Me hundiré en una lágrima

Buscaré las huellas

de aquéllos que te hayan tocado

los besos, las palabras

todo cuanto se vuelva recuerdo

Quiero celarte

por todas las noches

en las que guardé un silencio

Hacerme adicto

al placer que te dieron los otros

Olerte para imaginarte

desnuda, traicionera, sudorosa

Jalarme los sueños

de la traición concedida

Anhelo enfermarme de celos:

quedarme con tu piel entre las uñas

masticar tus ojos en la boca

dormir enredado en tu cabello

Me propongo celarte

con los ojos, el corazón, mis labios

 

¡No puedo soportar que estés conmigo!

 

Aeropuerto de la Habana

Anuncian que llegas

con algunas horas de retraso

sin equipaje:

se te ha olvidado el alma

el buenos días en cama

besos dados en la taza del café

manos cargando con mi pesar

el peine de los sueños

un sin fin de detalles

 

las maletas aún siguen esperando

en la banda del aeropuerto

al que no debiste haber llegado...

 

¿Te vas a casar, Alicia?

La llamada entró después de las diez cuarenta y cinco de la noche. Eras tú, Alicia. El sábado era tu día libre y tenías oportunidad de salir con tus amigas. Pero decidiste hablar a un viejo conocido cuya amistad se siente más en la piel que en lo moral.

 Sorprendido por tan inesperada llamada, dejé a un lado a la chava que me acompañaba en ese momento. Las clásicas conversaciones de sorpresa salieron a flote: un hola entrecortado, un cómo estas a destiempo, un qué has hecho anticipado. Era inconcebible escuchar tu voz después de aquella noche en la que no pasó nada en mi habitación. 

Explicaste el asunto de los días libres con tu novio y daba la casualidad que ese día era uno de ellos. No sabías a donde ir, preguntaste si estaba ocupado a pesar de escuchar a lo lejos la voz de aquella mujer inoportuna para nuestro momento. Hice malabares para que dicha mujer desapareciera como por arte de magia. Desapareció. Inmediatamente tomé el teléfono celular de Jorge. Marqué tu número. Ya era tarde, tu novio había cancelado sus planes y estaba a escasos 10 minutos de tu casa, donde iba a pasar por ti para irse a bailar en uno de esos bares donde el humo del cigarro se concentra en la cara de las personas por falta de espacio, gracias a los sombreros que guardan el secreto de alguna montaña. Propusiste hablarnos al otro día, no antes de las 12 del mediodía. 

En la desdicha de haber perdido el momento de estar juntos, pero sobretodo de haberme deshecho de aquella mujer que por esa noche serviría de compañía, me tiré un clavado en lo profundo de la botella de Matusalem, un ron por de más delicioso. Jorge me contemplaba con unos ojos casi de enojo por no querer divertirme esa noche, aun cuando ya estábamos en el bar de siempre y en una mesa de bellas mujeres esperando que abordáramos sus caderas. Nos fuimos a casa de Jorge al terminar la noche, apenas pusimos nuestros pies en su casa, me fui a dormir sin reclamo alguno. Él se quedó con las dos chavas que nos habían acompañado. Las horas pasaban lentamente; los sueños, nunca llegaron.Puse el despertador a las once treinta y cinco a eme, se notaba que no estaba desesperado, ¿Verdad? Llegó la hora adecuada. Tendí la cama donde había dormido, donde íbamos a fundir, por primera vez, nuestros cuerpos. Arreglé este cuerpo mundano. Todo estaba listo para hacer la llamada. La hice.

Tardaste media hora en llegar a casa de Jorge. Destapé un par de cervezas para aliviar la cruda. Me conecté a la borrachera de la noche anterior. Jorge se rió de mí. La cara que tenía parecía de un niño al que le iban a comprar el juguete de sus sueños. Nos reímos juntos y brindamos por aquella escena bochornosa (mentí, no tenía nada de bochornosa; al contrario, era nuestro día). Saludaste mi mejilla diciendo que habías soñado conmigo. La duda no esperó. Pregunté. Una desconocida y yo acariciábamos tus senos. Describías tan bien ese sueño que me dieron ganas de tomarte ahí mismo en la entrada de la casa, donde todos los vecinos vieran. Tomamos otro par de cervezas, con un pretexto por demás estúpido nos retiramos al cuarto de Jorge, solamente para dormir (¡Sí, cómo no!). 

Nos acostamos con todo y ropa. Veía casi imposible el hecho de acariciarte. Comentaste cosas sobre el dormir del lado derecho o el izquierdo, sobre el feng shui y quién sabe que otras tantas cosas esotéricas. ¡No mames, Alicia! La neta nunca puse atención a lo que decías. Me concentré nada más y nada menos que en tus nalgas. Te propuse un masaje. Aceptaste. La ropa no dejaba que pudiera utilizar mis habilidades de masajista. Metí las manos debajo de aquel suéter negro. ¡Qué delicia de espalda! 

Besé la parte inferior de tu cuello; aquélla que se conecta con tus hombros y espalda. Remolineaste tu cuerpo. Con una perspicacia casi estilizada, levanté tu suéter hasta quitártelo. Volteaste inmediatamente hacia mis labios. Me mordiste. Respondí casi al instante, después del sobresalto para acomodarme. No podía creerlo, tus senos me dejaron ciego por el brillo que les regaló la luz del día. Los besé delicadamente. Primero empecé alrededor de ellos, tratando de no asfixiarme. Continúe con tus pezones, erguidos como si tuvieran fríos, pero estaban más calientes que el sol. Subí a tus hombros, a tus axilas; tus manos; los codos; hasta que decidí explorar tu vientre; averiguar el origen de tu ombligo. Tomaste mi cabeza para hundirla entre tus piernas y controlar la situación. Bajé a tu entrepierna. Te abriste cual ave en pleno vuelo para dejarme flotar sin permiso. Me ahogué en tu vagina. No llevaba chaleco salvavidas. 

Gracias a que mides como 1.50mts pudimos jugar con nuestros cuerpos por todo el cuarto. Te montaste en mí de lado, a horcajadas, de espaldas, de frente, de todas las maneras posibles; aunque la verdad me gusta más cuando te pones de frente, porque así puedo estar apretando tus senos al compás de tus movimientos. Nos besamos hasta que se nos secaron las bocas. Me lo agarrabas con fuerza y me introducías en ti. No dejabas siquiera que tomara aire. Fue uno de los sexos más agresivos que he tenido, Alicia.

Una vez que terminamos, nos volteamos a ver. Te pregunté el por qué estabas ahí, en Domingo, en lugar de estar rezando en misa de una. Cerraste tus ojos color miel. Con una picara mueca, sonreíste y me diste un beso. Volviste a tomarme con las dos manos para colocarme en punto de partida. Lo hicimos de nuevo. Pero ahora quietos, en silencio, viéndonos el corazón; casi como si supiéramos lo que debemos hacer antes de una partida anunciada. ¿Hasta cuándo volvería un Domingo como este? Apenas terminamos, y ya estabas vistiéndote, Alicia. Me comentaste que ibas a llegar tarde a la pedida de tu mano.

Carta de una última esperanza

Estas muy convencida del final de esta relación. Y yo me quedo con el corazón en las manos. Trato de llorar porque es posible que ya no te vuelva a tener. A veces pienso que es inútil seguir con este juego de niños: que sí te quiero, que te extraño, que escuchamos la canción de los dos, que te mando besos, que otras tantas cosas que es mejor no decirse, porque nos torturan. Invento esperanzas que, según tú, ya no hay. Ya no sé si esta bien seguir soñando contigo. Me dueles tanto que quisiera olvidarte hasta que dejes de ser un recuerdo. Me cuesta un chingo de trabajo escucharte decir "se acabó". No quiero aceptarlo, Enana. ¿Cómo le hiciste para aceptar que nos amamos pero que quieres que termine? Dios no quiere escucharme y lo entiendo. Nunca lo busco y ahora que te me vas, ahí estoy rogándole. Me saco el alma para poder pactar con el Diablo que vuelvas. E insistes en que "se acabó", que hay "que aceptarlo". Quisiera odiarte por esa decisión. La verdad quisiera tener el valor para aceptarlo; sobretodo para averiguar solo, lo que tengo que hacer con este amor. Sigues necia que "se acabó". Las palabras se agotaron. Llamo a todos tus ex novios para irnos a tomar unos tragos y curarnos las heridas por no tenerte. Ya no sé que decirte, tal vez un adiós, un hasta luego, un nunca más. Lo único que te garantizo es que siempre voy a estar ahí, en ti.